sexta-feira, setembro 03, 2004

Fátima, la saga sigue

El Rector del Santuario de Fátima, Monseñor Guerra, sigue meando fuera del tiesto. No contento con las barbaridades ecuménicas que ha cometido y/o dejado cometer, no contento con hacer un edificio “ecuménico” al lado de la Basílica, no contento con promover la oración de budistas e hindúes en la Basílica, ahora se despacha con una carta donde nos tacha a todos los que abominamos del ecumenismo como “ignorantes”.
Parece que Monseñor Guerra no aprendió la lección primera de filosofía cuando estuvo en el Seminario: el principio de no-contradicción. Si A es una aseveración y à su contraria, entonces A y à no pueden ser la misma cosa. ¿No hace falta doctorarse en Filosofía por Salamanca, Coimbra o la mismísima Gregoriana para entender esto? ¿Verdad? El señor Guerra, más que Monseñor (porque el título eclesiástico le queda ancho) no entiende que si se es católico no se puede ser budista, ni hindú, ni ateísta … ni siquiera protestante. O se es lo uno o lo otro. Ambas cosas al mismo tiempo no se puede ser: es metafísica y lógicamente imposible. Esta gentuza que tenemos por clérigos, estos hijos de mala madre que no son más que lobos vestidos con piel de cordero, que no nos enseñan la verdadera doctrina ni promueven la verdadera Fe han caído tan bajo que en sus obcecaciones heréticas ya Dios ha permitido que se les nuble el entendimiento. Ya no es la Teología lo que está en juego, sino la mismísima Filosofía, el pensamiento mínimamente racional y con una dosis de sentido común.
El excelente mensual norteamericano
Catholic Family News publica un artículo de Edwin Faust y cinco respuestas al señorito Guerra que ponen en su sitio a ese herejillo de tres al cuarto que los católicos tenemos que sufrir en una de las Basílicas más queridas de la humanidad. Léanlas porque, de verdad, merece la pena. Y recen para que la Santísima Virgen de Fátima, y también Santa Jacinta y San Francisco Marto, intercedan para que el individuo Guerra recupere (¿o adquiera?) la Fe que corresponde a un católico de verdad.
Rafael Castela Santos

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