sexta-feira, setembro 24, 2004

Romano Amerio y el divorcio - final

Un contrato que obligue para siempre parece imposible, porque (dicen) el hombre no puede saber si mañana estará persuadido y voluntarioso como hoy; y además porque (dicen) la voluntad actual, y por tanto real, no puede estar vinculada por una voluntad pasada, y por tanto irreal. Es el sofisma de Hume, que negando toda conexión de causalidad entre los momentos de la conciencia, contempla la vida volitiva del hombre como una serie de puntos independientes uno respecto a otro. Esto implica también la negación de la libertad. Si la libertad es la facultad de preferir un objeto, es también la facultad de preferir un acto propio de libertad que se determine a perpetuidad.
Según Santo Tomás, el carácter de la voluntad es el figere un juicio entre los posibles. ¿Por qué no va a poder la voluntad fijarse a s’ misma? Según el Aquinatense, en la fijación de la voluntad en un punto y la consumación instantánea de todo un destino consiste la perfección específica de la naturaleza angélica: la volición humana que se fija en un pacto perpetuo e irrevocable puede representarse como una imitación de esta fijeza angélica por parte de una naturaleza perpetuamente versátil; en suma, la superación de la movilidad en el tiempo.
Pero en todo caso, la doctrina católica de la indisolubilidad del matrimonio es una gran celebración de la potencia de la libertad; más aún, es una gran celebración de la potencia ordinaria de la libertad, porque concierne a todos los actos individuales. Por tanto toda disminución que se haga de ella para querer desenvolverse "humanamente hablando" redunda en una disminución de la dignidad humana. A causa de su intransigencia, la indisolubilidad conyugal está por encima de los votos religiosos. estos son de la misma naturaleza (la voluntad ‘cual víctima se ofrece ... / y se hace con su acto’, Par. V, 29-30), pero menos excelentes que aquélla, porque su dispensabilidad, más fácil en la Iglesia postconciliar, les quita mérito y los pone por debajo (según dicho verso) de la perpetua comunión matrimonial.
La indisolubilidad, estrechamente unida con la monogamia, puede ser demostrada con reflexiones sociales y psicológicas, en último análisis más eudemonológicas que deontológicas. Tales consideraciones van desde la casi paridad de número en la estadística de hombres y mujeres, hasta la necesidad civil de legitimar a la prole, la inestabilidad de las pasiones (que deben ser refrenadas) y la exigencia de la educación de los hijos. En realidad el motivo esencial de la indisolubilidad (prescindiendo, se entiende, de la razón sacramental y de derecho divino) es de alto orden espiritual. El matrimonio es una donación total de persona a persona, por la cual dos personas de sexo distinto se unen tan plenamente como es posible segœn la recta razón. Esta unión presupone el amor que es debido por toda persona a toda persona independientemente del sexo, y le añade el amor entre hombre y mujer segœn la impronta natural de la sexualidad. Del matrimonio y del fin procreativo hablaremos a su tiempo.
Aquí basta concluir […] puesto que el divorcio responde a la lógica de las pasiones y (digámoslo así) a las súplicas de la naturaleza corrompida, la prohibición que la Iglesia hace de él se convierte en una prueba de la verdad y de la divinidad de la Iglesia. La Iglesia profesa como obligatoria una doctrina moral más elevada y más perfecta que la de cualquier otra religión o filosofía, a las cuales tanta perfección les parece imposible de practicar. Esto puede hacerlo la Iglesia porque tiene una idea más noble y más honorable de la humanidad, a la que se juzga capaz de toda moralidad alta y exquisita. Y esta idea está fundada sobre la conciencia que la Iglesia tiene de poseer una mayor fuerza moral, por lo que a la vez que impone un precepto difícil, también anima y da fuerzas para observarlo.”
Rafael Castela Santos

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