terça-feira, novembro 08, 2005

Evocación de Víctor Pradera

Víctor Pradera es el gran sistematizador del pensamiento carlista. Heredaba Víctor Pradera la enorme herencia intelectual y retórica de ese genio de Juan Vázquez de Mella, el diputado carlista que amó a Dios y a la Patria sin paliativo alguno. Pero Vázquez de Mella no publicó más que un libro, y éste era más teológico que político: su Filosofía de la Eucaristía. Vázquez de Mella encarnó el Carlismo hasta la última de sus consecuencias. El problema es que Vázquez de Mella dejó su obra dispersa en miríadas de discursos parlamentarios y artículos. Cupo a Víctor Pradera la obra nada fácil de sistematización y organización y síntesis de tan vasto y profundo pensamiento. Ese trabajo quedó plasmado en una obra que es de obligada lectura: El Estado Nuevo.
¿Y qué es el Carlismo?, preguntarán los menos versados en la historia de España. Si hubiera que dar alguna respuesta ésta sería: la aplicación de los sanísimos principios de la Doctrina Católica, de cariz tomista y posteriormente inspirados en la Doctrina Social de la Iglesia, a la política. A diferencia de otros movimientos, como fuera el caso de Acción Francesa, de Maurras, cabe al Carlismo la insigne condecoración de una filosofía y una teología purísimas e incontaminadas. Mientras que Maurras coqueteaba –posiblemente sin querer y sin poder hacer otra cosa, no en vano era francés- con Descartes, como en otra medida hacían otros movimientos reaccionarios de la época, el Carlismo se anclaba fuertemente en la sólida roca del Aquinatense para destilar una manera de ser netamente española, o de las Españas, que se sintetizaba en su leit motiv: “Dios, Patria, Fueros y Rey”. Y en este orden, añado yo. El Carlismo no hacía concesiones al incipiente racionalismo y a la erosión protagonizada por ese dualismo letal de la res cogitans-res extensa que en buena parte subsume el nominalismo y lo catapulta hacia el idealismo.
Quiero dejar constancia del fenomenal trabajo de Carlos Guinea Suárez, dividido en una parte primera y una segunda, cuya lectura deja una profunda huella. Es Víctor Pradera, el diputado vasco-navarro, el adalid del Carlismo en los últimos años mellistas y tras la muerte del maestro Vázquez de Mella. Recupera así Pradera un movimiento político minoritario e insufla de vida al durmiente, pero no muerto, Carlismo vascongado. ¡Toda una lección para aquellos que hacen política desde partidos minoritarios! Sus dificultades, sus enfrentamientos a los socialismos de la época y al nacionalismo de Sabino Arana son áreas todas analizadas por Guinea Suárez en su trabajo, que no panegírico, aunque la calidad del personaje lo vuelva tal.
En estos momentos de zozobra para España, donde la anti-España y los enemigos más acervos de España se dan la mano en la destrucción de todo lo que históricamente signifique Catolicidad, vuelve a ser de rigor retomar las palabras de Víctor Pradera, diputado vasco, donde dejaba bien a las claras la posición tradicional y secular de las Españas con respecto al derecho público y la organización del Estado. En una palabra, volvía al aristotélico-tomista principio de subsidiariedad:

«Regionalismo no es separatismo ... Se cree que la Patria se ha defendido siempre uniéndose todas las provincias en una sola idea: el principio de la libertad ... Yo he visto cómo se han formado esas provincias, cómo se han unido, y que al unirse no lo hacían sólo en virtud del principio de la libertad, sino por un principio mayor: el de la Fe unido a la libertad, habiendo llegado por la fe todas las provincias a constituir la Nación. El separatismo, o sea la independencia, no lo admitimos nosotros; al contrario, queremos la unidad de la Patria, respetando los derechos que corresponden a todas las provincias, no solamente para las nuestras, sino para las de toda España.
»El régimen nacionalista que defendemos nosotros no es la muerte de la Patria, es todo lo contrario: es el mantenimiento de los derechos, para que todos los derechos regionales subsistan en una unidad, que es la unidad de Patria; y así como los derechos individuales, que se han defendido siempre, subsisten en medio del Estado, y el Estado, dentro del orden público, establece el respeto a esos derechos individuales, así también en el orden general de la Nación tiene que guardarse siempre respeto a esos derechos que, por su esencia, tienen las regiones, los municipios y los pueblos.»

Rafael Castela Santos

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