quarta-feira, abril 05, 2006

La muerte de un padre

(Con un fuerte abrazo a mi amigo y hermano en la Fe JSarto, y con quien quisiera estar cerca físicamente, ya que lo estoy de corazón, paseando con él por los alrededores de la Basílica de Fátima y rezando el Via Crucis en el lugar de las Apariciones para luego gozar de la compañía del silencio juntos en algún bosque cercano.)

No hay palabras para describir el dolor que nos produce la muerte de un padre. Por esperado que pueda ser el desenlace, las gargantas se secan y la lengua se pega al paladar. Es un dolor desgarrador que nace de la misma esencia de las entrañas que le dieron a uno vida. El padre representa eso: la paternidad. Es decir, un atributo de Dios Padre.
De igual manera que nuestras almas, que están hechas para Dios, no pueden descansar sino retornando a Dios, esa filiación divina y humana que se enlaza en la paternidad sólo encuentra el último y definitivo reposo en la reunión con Dios y con los seres queridos. En esta esperanza de la Patria celestial definitiva y eterna, del reencuentro y de la reunión para ya no volver a ser separados jamas por el tajo cortante de la muerte, para no volver a ser heridos por el aguijón de la Hermana Muerte Corporal –como la llamaba San Francisco-, en ese refrigerio y lugar de paz que es el seno de Dios Padre Omnipotente, es donde se cifran las esperanzas del cristiano. No es pues la muerte para el hombre veramente católico el final, sino un punto y seguido que tiene continuación eterna, en el más allá. Acá siempre nos queda la memoria y toda la virtud practicada. Allá nos aguarda el abrazo sin fin.
Sólo el lenguaje poético puede expresar ciertas cosas que a cualquier otra forma le están vedadas. Por eso quise traer hoy aquí las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique, que allá por el siglo XV se enfrentó a lo mismo. Porque nuestras vidas, como él dijo en verso famoso, “nuestras vidas son los río /que van a dar en la mars”. De entre ellas, con la fuerza de aquel idioma castellano recio y viril de los primeros tiempos, entresaco algunos versos con los que me despido de Jsarto y de todos mis lectores por hoy.

“Este mundo bueno fue
si bien usásemos dél
como debemos,
porque, segund nuestra fe,
es para ganar aquél
que atendemos.
Aun aquel fijo de Dios
para sobirnos al cielo
descendió
a nescer acá entre nos,
y a vivir en este suelo
do murió.

[…]

Non se vos haga tan amarga
la batalla temerosa
qu'esperáis,
pues otra vida más larga
de la fama glorïosa
acá dexáis.
Aunqu'esta vida d'honor
tampoco no es eternal
ni verdadera;
mas, con todo, es muy mejor
que la otra temporal,
peresçedera.

[…]

Assí, con tal entender,
todos sentidos humanos
conservados,
cercado de su mujer
y de sus hijos e hermanos
e criados,
dio el alma a quien gela dio
(el cual la ponga en el cielo
en su gloria),
que aunque la vida perdió,
dexónos harto consuelo
su memoria.”


Rafael Castela Santos

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