quarta-feira, junho 27, 2007

En defensa de la Hermandad de San Pío X

(A la Hermandad de San Pío X, con agradecimiento eterno)

Hace más de tres lustros que gracias a mucha lectura y algunas buenas compañías (e incluso alguna novia entonces) –pero sobre todo merced a la Gracia de Dios, la cual no merezco en absoluto- decidí engrosar ese Pusillus Grex de la Tradición. Soy católico. Y español. Hay maneras y maneras de ser católico. Para un ibérico (ya portugués, ya español) ser católico significa adherirse a Roma. Mi intención es estar en las filas de la Tradición para ser más romano. No para serlo menos, sino más. Sigo diciendo que soy católico, apostólico y romano. Subrayo lo de romano.
Reconozco que sufrí una crisis sedevacantista al poco de la barrabasada de Asís. Fácil caer en esto, pero –la verdad- Juan Pablo II no ayudaba con un ecumenismo tan grosero como contrario a la Fe.
Normalmente voy a Misa a una Capilla de la Hermandad de San Pío X. En Estados Unidos iba también a otro cura tradicionalista independiente. También fui mientras viví en Chicago a la Misa “indultada” (¿pero no quedamos en que son sólo los criminales los que son indultados? ¿Es acaso la Misa de siempre, la Tridentina, un crimen?). Dejé de ir a la Misa indultada porque los sermones eran una retahíla modernista y la falta de respeto a la Misa (7 de la mañana un domingo, no dejaban paz para hacer la Acción de Gracias tras la Comunión, etc.) me llegaron a herir. La mano del infame Cardenal Bernardin era alargada y trascendía incluso su muerte.
Me cuesta ir a Misa dos horas y media cada domingo. Preferiría tener una Misa Tridentina más cerca. Después de mucha reflexión y no poco estudio llegué a la conclusión de que yo no pintaba nada en el Novus Ordo: tengo el convencimiento íntimo y en conciencia de que desagrado a Dios si asisto a este culto.
Sin embargo nunca me he sentido “fuera de la Iglesia”. Precisamente por ser tradicionalista me siento más adherido a la Iglesia que en mis tiempos de semiagnosticismo. O mucho más que cuando frecuentaba una Parroquia modernista, tan del Obispo ellos y tan de guitarra ellos. Y eso que encontré muchas virtudes cristianas en esa Parroquia, las cosas como son. Pero Fe, lo que se dice Fe, la justita. Los Hermanos Maristas, en los que me eduqué, casi me quitan la Fe de puro modernistas y hasta liberacionistas que eran algunos. Acabé tonteando con el budismo zen gracias a ellos. Conste: había hermanos que eran excepciones honrosísimas al modernismo. Dios les bendiga y Dios les bendiga porque –salvo en religión- nos dieron una formación estupenda. Nunca, como después de estos años de Tradición, me he sabido y me siento tan parte del Cuerpo Místico de Nuestro Señor Jesucristo. Jamás.
Lamento, por ejemplo, ciertos excesos de algún miembro de la Hermandad de San Pío X, quienes creen tener cierta jurisdicción canónica. No creo en ello. A lo mucho sería jurisdicción supletoria, con muchos condicionantes, y eso porque Roma –digámoslo claro- no cumple su deber. Un ejemplo: los Matrimonios celebrados por la Hermandad. Pregunta para Roma y para la Hermandad: ¿Cómo es posible que las Ordenaciones celebradas por la Hermandad sean válidas al punto que Roma lidia con los problemas canónicos de los Sacerdotes de la Hermandad pero no con los Matrimonios? ¿Acaso hay Sacramentos de primera y otros de segunda … o todos son Sacramentos? Madre Roma: os suplicamos humildemente seriedad, y sobre todo coherencia, en todo esto. Hermandad de San Pío X: sois lo que sois, fundada para lo que vuestro Santo fundador os fundó (preservación de la Fe y de la Liturgia), pero nada más.
Digo Roma, pero habría que decir que son las Conferencias Episcopales. O los Obispos, a veces de un modernismo tan rampante que ceden Catedrales y templos a musulmanes y protestantes, pero que no cederían ni una capilla para la celebración de una Misa Tridentina. He vivido todo esto. Doy fe y soy testigo de que conozco más de uno y más de dos casos de este tipo.
No conocí a Monseñor Lefebvre. Cuanta más gente conozco que le trató, más me convence que fue un Santo. A cualquier corazón de buena fe esto se le antojará obvio.
Quien quiera encontrar peros porque tiene un apriorismo que “demostrar”, lo torcerá todo. Allá cada cual y su conciencia. Dios, y la Iglesia –que es eterna, que durará hasta el último día del mundo-, son al final las únicas opiniones que cuentan. Aquí va una sugerencia para Roma que, me consta, ya se le ha ocurrido a algún ilustre Cardenal de la Curia: Roma no tiene que pedir perdón (personalmente diría que sería imprudente hacerlo en este momento) a la Tradición, pero puede simplemente beatificar a Monseñor Lefebvre. A buen entendedor … Eso, combinado con una estructura canónica que blinde a la Tradición de las iras de tanto Obispo modernista, y Roma misma notaría el cambio.
Tampoco voy a entrar en el tema de la iniquidad de las excomuniones a Lefebvre, Castro Mayer (¡quién le hubiera conocido, Monseñor!), o los cuatro Obispos de la Hermandad. Ni en Roma mismo creen en ellas. Y si no que vean la Tesis Doctoral del Padre Murray, un Cum Laude de la Universidad papal por excelencia, donde ponía en tela de juicio la validez de esas excomuniones. Por no hablar del mal latín de Juan Pablo II, que en el documento de excomunión (¡el sentido del humor del Espíritu Santo es tremendo!), puso mal un acusativo. Leyéndolo literalmente el entonces Papa se excomulga a sí mismo.
La mayoría de la gente que va a Misa en la Hermandad son fieles bastante normales. Quieren estar en la Roma Eterna, con la Iglesia, no fuera de ella. La situación actual, por su anomalía canónica, nos resulta incómoda a casi todos.
Roma haría bien en darse cuenta de lo obvio: la Hermandad sigue siendo una de las poquísimas asociaciones u órdenes que siguen creciendo en estos tiempos de sequía de vocaciones. La Hermandad haría más bien dentro de la Iglesia que fuera, como en Roma se sitúa a la Hermandad a menudo. Roma necesita de la Tradición para rejuvenecerse y reedificarse. La Iglesia oficial, al menos en Occidente, está decrépita en todos los sentidos.
A todos los que, incluso desde bitácoras próximas y amigas, no hacen sino criticar a Monseñor Lefebvre convendría recordarles las palabras de un Cardenal a quien admiro, incluso a pesar de mis discrepancias con él en algún punto concreto, como es el Cardenal Castrillón Hoyos. Su Eminencia dijo lo siguiente de Monseñor Lefebvre:

“Retracing the complete life story of Archbishop Lefebvre, we are certain of the great esteem and appreciation of the Church for him. He was considered worthy of being an Archbishop, Apostolic Delegate, Superior General of his religious congregation; by speaking to people who knew him during the exercise of his ministry, the fecundity of his life is discovered.”

Y a esos mismos que se les llena la boca de papismo barato, habrá que recordarles las palabras del Santo Padre Benedicto XVI, quien al recibir a Monseñor Fellay dijo de Monseñor Lefebvre: “Nuestro Venerable Hermano …”. El Papa, incluso, no se cortó un pelo en laudar el trabajo y la obra de Monseñor Lefebvre.
A pesar de los claroscuros de la Hermandad de San Pío X, los 35 años de su existencia arrojan un saldo positivo. Se ha logrado aglutinar un núcleo duro en defensa de la Tradición sin caer en el sedevacantismo loco y militante y sin ser engullidos por el modernismo, cosa que algunos desde Roma bien han deseado. Gracias a la Hermandad de San Pío X (HSPX) existe la Hermandad de San Pedro. Sin la HSPX la de San Pedro hubiera sido laminada por los modernistas que se asientan en Roma ipso facto. Gracias a la HSPX no pocas Ordenes tienen la continuidad posible que sólo gracias a un Episcopado tradicional es posible. Gracias a la HSPX
Y a todos esos a los que se llena la boca con el Motu Proprio recordadles que esto no hubiera sido posible sin las décadas de sufrimiento (y, ¡Dios mío!, qué sufrimiento a veces) de tantos y tantos Sacerdotes y fieles de la Hermandad. Sin ese capital de cruz, de martirio seco, el Motu Proprio no estaría en una agenda más que probable y ciertamente próxima. Así que mejor dejarse en paz de crear divisiones en la Tradición, porque hay mucho de Tradición –y bueno- fuera de la Hermandad de San Pío X. Como ese joven Sacerdote con menos de treinta años de Madrid que me dijo el otro día que él amaba y quería decir la Misa Tridentina, aunque no sabía cómo decirla.
A la Hermandad de San Pío X, gracias por haber mantenido la llama de la Tradición cuando estaba casi completamente apagada. No sólo por eso, sino por haber hecho posible que la Tradición, aquí y allá, en pequeños números, empiece a florecer. Y por haber hecho posible que un alma como la mía, que estaba muy descarriada, no se perdiera. Por todo ello, mi agradecimiento eterno.

Rafael Castela Santos

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