quinta-feira, julho 19, 2007

El Alzamiento de los Guerreros


Cuando los jefes o gobernantes lejos de encarnar y custodiar el orden - que no es un listado de fórmulas sino la perfección de la naturaleza de las cosas - se hacen cómplices o artífices del desorden por ineptitud, infidelidad o cobardía, no queda más camino que desobedecer para rescatar y recomponer el orden alterado. Es el derecho a la desobediencia y a la resistencia. Por eso, "quienes se defienden resistiendo" - lo dice Santo Tomás y citado por Vitoria - "no han de ser tenidos por sediciosos", antes bien, estarán cumpliendo una parte esencial del deber cristiano de la lucha.

Es doctrina segura de la Fe Católica, transmitida hasta hoy sin mengua ni desgaste, que los fieles de una nación cristiana poseen el derecho a desobedecer a los jefes y gobernantes ilegítimos, a desacatar sus propuestas, primero; a rebelarse después gradualmente en forma pasiva y activa, hasta llegar a la resistencia franca, física, obstinada y heroica, cuando la tiranía no deja otra posibilidad más que su muerte para que pueda restituirse la vida de la Nación.

Mas no se trata sólo de un derecho que puede ejercerse o no, según los casos. Bajo determinadas circunstancias - precisamente cuando las fuerzas tiránicas ocupan el poder en contra del bien común completo - la resistencia activa integral es una obligación colectiva de los cristianos, que nadie puede rehusar mientras dure el estado de agresión permanente; es una obligación moral inesquivable, es un imperativo que reclama concreción y respuesta, es una reconquista que no perdona excusas ni tardanzas.

Lo enseñaron los Padres y la mejor Escolástica, los teólogos de nota y los sabios moralistas de todos los siglos. Hay exigencia de plantear batalla en defensa de la Realeza Social de Jesucristo, cuando ella es agredida, befada, escarnecida y traicionada. Exigencia que llega a los civiles capaces, a los guerreros genuinos y a todos los que sientan la necesidad de no permanecer neutrales. Por eso el cardenal Belarmino hablaba de la santa intolerancia, y Urbano VIII absolvió del juramento de fidelidad a los soldados que se lo habían prestado al Conde Hugo, ratificando así el principio de que la fidelidad de las tropas de un país cristiano se debe primero a Dios que a los hombres, y que no tiene por qué prestarse a los gobernantes cuando ellos se comportan como sacrílegos, apóstatas e impíos consumados, así conserven las formas de una legalidad democrática.

Precisamente era Aristóteles el que explicaba, en el libro quinto de "La Política", cómo la democracia puede sobrevenir en despotismo y cuáles son en ese caso los síntomas y las características: la libertad concebida como permisivismo, la justificación de toda conveniencia facciosa invocando la voluntad popular, el apego por los extranjeros y adulones, la injerencia de los plutócratas y una vergonzosa frivolidad y liviandad en la clase política, ganada por la corrupción y el hedonismo. Balmes, por su parte, enunciando las razones que tornan insanablemente injusto a un gobierno, así sea de origen democrático, enseña esquemáticamente: si el poder abusa escandalosamente de sus facultades; si persigue y escarnece a la Religión de Cristo, si corrompe la moral, si ultraja el decoro público, si menoscaba el honor de los ciudadanos, si exige contribuciones ilegales y desmesuradas, si viola el derecho de propriedad, si enajena el patrimonio de la nación, si desmembra a las provincias, si lleva a los pueblos a la ignorancia y a la muerte. Y en estos casos, está claro, el recurso al alzamiento armado no es sino una derivación lógica y lícita de la facultad cristiana de combatir. Por eso, después de aclarar condiciones y requisitos, concluye Luis de Molina en que "bajo ciertas ocasiones, no sólo es legítimo a los cristianos hacer la guerra, sino que también ello puede ser mejor que lo contrario, y aún puede suceder que sea pecado mortal no guerrear". Es la ley de las reacciones que describía Donoso Cortés, y que exige ante todo la inteligencia política y la fuerza responsable que conduzca los hechos con sabiduría y prudencia, evitando males mayores y teniendo ante sí asegurada una razonable posibilidad de victoria.

Antonio Caponnetto, in "El Deber Cristiano de la Lucha", Buenos Aires, Scholastica, 1992 - páginas 330 - 332.

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